No entiendo a las personas. Lo que me pasa hoy es que me empiezo a plantear si estar solo es realmente algo malo. Otro de los hábitos que nos inculcaron desde chicos es que tenemos que ser gente activos, sociables y con el don de la palabra, buenos para las relaciones interpersonales y con un carisma lo más notorio posible. Y ni se les ocurra quedarse en silencio más de tres minutos porque se convierten inmediatamente en el centro de todas las burlas. Papá te dijo que si eras callado te iban a hacer concha. Mamá no paraba de señalar tu falta de capacidad para vincularte a otras personas.
La cuestión es la siguiente: ¿la soledad no es acaso aprender a llevarse bien con uno mismo? ¿Por qué entonces se le ha dado un significado tan nefasto, como si en el fondo reflejara un severo problema mental? Acá lo importante es darse cuenta del nivel de manipulación al que fuimos sometidos todos estos años. El objetivo estaba claro, alejarnos lo más posible de nuestro centro y distraernos de todas las formas posibles.
Yo creo que deberíamos sentarnos frente al espejo y desarrollar la capacidad innata que guardamos de hablar con nosotros mismos sin querer agarrarnos a trompadas. ¿Quién más que uno para observarse durante horas sin tener que interrumpir el “agónico silencio” con algún grito fuera de lugar? El que puede estar bien en soledad llega a un punto de conexión que le permite ya no necesitar más de la limosna de otros seres humanos, y puede discernir entre quienes verdaderamente expresan su amor con sinceridad y quienes sólo buscan privilegiar sus intereses fingiendo simpatía. Como el ciego, que cuando no ve desarrolla otros sentidos, el hombre que habita el silencio descubre cientos de ojos internos que le permiten ver más allá de lo que nunca hubiera imaginado.
Perderle el miedo a la soledad debe ser el primer paso de una larga escalera hacia lo profundo del ser. El fin: verse como uno realmente es, y no como nos han querido hacer creer desde siempre.
El solitario no carece de compañía, sólo evita la distracción.