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miércoles, 29 de agosto de 2012

El cuco también le teme a la soledad





No entiendo a las personas. Lo que me pasa hoy es que me empiezo a plantear si estar solo es realmente algo malo. Otro de los hábitos que nos inculcaron desde chicos es que tenemos que ser gente activos, sociables y con el don de la palabra, buenos para las relaciones interpersonales y con un carisma lo más notorio posible. Y ni se les ocurra quedarse en silencio más de tres minutos porque se convierten inmediatamente en el centro de todas las burlas. Papá te dijo que si eras callado te iban a hacer concha. Mamá no paraba de señalar tu falta de capacidad para vincularte a otras personas.
La cuestión es la siguiente: ¿la soledad no es acaso aprender a llevarse bien con uno mismo? ¿Por qué entonces se le ha dado un significado tan nefasto, como si en el fondo reflejara un severo problema mental? Acá lo importante es darse cuenta del nivel de manipulación al que fuimos sometidos todos estos años. El objetivo estaba claro, alejarnos lo más posible de nuestro centro y distraernos de todas las formas posibles.
Yo creo que deberíamos sentarnos frente al espejo y desarrollar la capacidad innata que guardamos de hablar con nosotros mismos sin querer agarrarnos a trompadas. ¿Quién más que uno para observarse durante horas sin tener que interrumpir el “agónico silencio” con algún grito fuera de lugar? El que puede estar bien en soledad llega a un punto de conexión que le permite ya no necesitar más de la limosna de otros seres humanos, y puede discernir entre quienes verdaderamente expresan su amor con sinceridad y quienes sólo buscan privilegiar sus intereses fingiendo simpatía. Como el ciego, que cuando no ve desarrolla otros sentidos, el hombre que habita el silencio descubre cientos de ojos internos que le permiten ver más allá de lo que nunca hubiera imaginado.
Perderle el miedo a la soledad debe ser el primer paso de una larga escalera hacia lo profundo del ser. El fin: verse como uno realmente es, y no como nos han querido hacer creer desde siempre.
El solitario no carece de compañía, sólo evita la distracción.  


martes, 28 de agosto de 2012

Yo maté a mi madre




En lo personal, creo que uno es feliz cuando puede armar sus propios conceptos acerca de la vida. Estamos acostumbrados a dejarnos llevar por lo que de niños nos fueron diciendo nuestros padres; las ideas entraban en la cabeza como fichas que nos dejaron condenados a un futuro lleno de estructuras. Y de pronto nos vemos gritando que hay que esforzarse para llegar a ser alguien, o que si sos bueno te pasan por arriba: como si un espíritu de ultratumba nos hubiera dominado. 
En este sentido, cortar el cordón umbilical va dirigido a creernos y sabernos dueños de nuestro destino. No es positivo dejarnos construir por un montón de frases inconexas que nada tienen que ver con la realidad en sí misma.
El mediocre adulto promedio disfruta mirando noticieros, implantándonos el miedo por lo desconocido, la costumbre de la rutina como la salvación a cualquier problema, la estupidez de aguantar antes que cambiar (como si todo se tratara simplemente de acostumbrarse).
Mi teoría es que la plenitud está en encontrar la propia identidad. Alejarnos de la pelotudez del “que dirán”, de todo lo que mamá nos dijo (supongamos que desde su inocencia) y que nos llevó a estar en donde estamos ahora. Lo normal es opinar libremente cuando están frente a sus hijos: que todos son malas personas, que quien se maneja con ética y responsabilidad es un boludo que no va a llegar a ningún lado, que todo gira alrededor del dinero. De ahí en más uno se convierte en un zombie materialista, arrastrándose por la vida ahogado en nociones que no le pertenecen. No sólo somos sus hijos, somos (en el sentido más literal y nefasto de la palabra) su completa creación.
Propongo una independencia conceptual, que de ahora en más todo lo que opinemos sobre la realidad, bien o mal, sea propio. Ya no más arrastrarnos por la calle creyendo que si somos varones tenemos que salir con mujeres, que si somos mujeres tenemos que ser sumisas y sexuales, que si somos viejos tenemos que dejar de molestar, que si somos enfermos damos lástima… y así sigan la línea hasta que se harten.
      Todo se trata de aprender a encontrarse en el vacío.