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martes, 13 de noviembre de 2012

Cultura Underground: los límites invisibles de la estupidez


  

  Hoy quiero hacer foco en la gente que dice pertenecer a la cultura underground, un término que designa popularmente a todo aquel movimiento contracultural de rasgo alternativo, paralelo, contrario o ajeno a la cultura oficial; larga y razonable definición que puede leerse también como el conjunto de personas -esto último aún en estudio- sin buen gusto ni sentido lógico para disfrutar la vida más allá de su propio ombligo.
  Siempre me causó rechazo la gente que actúa como si ser distinta le diera impunidad para basurear a los demás. Les gusta mirarte de reojo, y cualquier elemento que denote tu pertenencia a lo popular les servirá de escusa para dejarte en ridículo. No dejan nunca de estar al acecho. Ellos prefieren escuchar música que es sólo ruido, nadar en los mares bajo tierra -cuales tortugas ninjas pos-modernas  y sólo ir a museos cuyo nombre recuerde a artistas desconocidos o a poetas malditos. Ellos aman a Baudelaire y salen con chicas/os cuyos tatuajes superan el tamaño de su cara. No parecen tener escrúpulos a la hora de discriminar todo lo que pertenezca a la masa. ¡Irónico! Teniendo en cuenta que ellos hacen cualquier cosa por pertenecer
   Los hay de distintos colores. Quizá los más oscuros sean los góticos, emos, y toda esa familia de falsos suicidas que promulgan un discurso en el que la muerte es sólo una herramienta de marketing. Se identifican con cualquier banda punk o lunática de voces roncas que terminaron ahí por su falta de capacidad para la música lírica. Más allá en el camino nos encontramos con los metaleros, esa raza extraña que prefiere alabar la violencia solo por amor al arte. Son todos parte del mismo todo, esta cultura subterránea  que va por debajo de los "valores imperiales que hacen a la sociedad una máquina de hacer esclavos. Este sucio capitalismo que nos vende remeras negras a mitad de precio y discos de Metállica gratis con la tarjeta de Musimundo. No es justo que nos obliguen a pagar las entradas a recitales o los posters con los que empapelamos nuestras habitaciones, previa mano de graffiti a diez pesos la lata." Y así es la cuestión, lo que me baja las ganas es el discurso hipócrita del que se deja llevar por el mismo impulso que dio lugar a sus críticas. Son tan ciegas como las hormigas que disfrutan pisar.
   Lo que me da mucha gracia, más que su actitud sectaria, es la energía burlona que ponen a disposición de sus víctimas. Uno no puede ir en paz por la vida escuchando Pop por miedo a que uno de estos fantasmas tatuados con aires de superioridad le metan un expansor adonde no da el sol. No se puede tener un estilo que vaya en contra de sus reglas, una onda prolija y colorida por la única razón de sobrevivir a los ataques de estos psicópatas, ignorantes, con todas las probabilidades de convertirse en asesinos seriales. Ellos tienen el derecho de armar su propio grupo social, de ser estúpidos consumistas en contra del consumo, de ser víctimas de la oquedad que luchan verbalmente contra la falta de ingenio, de ir por la vida con su repetida y poco original estructura, pero uno no puede darse el lujo de caer en la repetición de lo vacío sólo por el placer de relajar la mente. Estamos frente a la marca más clara de hipocresía
   Deberíamos empezar a ridiculizarlos, tomarnos el atrevimiento de ponerlos ante un espejo y mostrarles que son lo que tanto odian